Puerto Príncipe, la capital de Haití, una capital de violencia y miseria, envuelta en humo y polvo. Esta es la ciudad a la que están regresando miles de haitianos, deportados por Estados Unidos.
La basura maloliente se amontona en las calles. La sensación de abandono en unos barrios pasa a un segundo plano en otros, en los que reinan las bandas armadas (un centenar en la ciudad) y lo que impera es el miedo.
«El estado va de mal en peor. La situación de la gente está empeorando. Se está convirtiendo en algo abrumador para nosotros los haitianos. No hay esperanza para nosotros, especialmente para los jóvenes«, dice un hombre.
En la última semana, aterrizaron aquí más de 2 300 haitianos deportados desde Texas. Muchos de ellos llevaban años fuera de Haití, incluso décadas.
Se han instalado en escuelas abarrotadas, iglesias, centros deportivos y campamentos improvisados que ya acogían a desplazados por la violencia.
El país al que regresan, con apenas unos dólares en el bolsillo y sin esperanza, es mucho más peligroso y distópico que el que dejaron. La mayor parte de la población de Puerto Príncipe no tiene acceso a los servicios públicos básicos, ni agua potable, ni electricidad ni recogida de basuras.
El sábado pasado, la prensa local notificaba diez secuestros en 24 horas. Una gota en un mar de desgracias que han marcado las últimas décadas, entre terremotos y golpes de Estado. Incluso antes del reciente asesinato del presidente Jovenel Moïse, el estado haitiano ya era prácticamente inexistente.