En vísperas de la COP26, los Estados petroleros ejercen una fuerte presión para justificar la continuidad de la explotación de los combustibles fósiles. Es el caso de Noruega, el mayor productor de hidrocarburos de Europa.
La posición de Noruega es paradójica. Es un campeón de la transición energética. Las presas hidroeléctricas suministran energía a casi todo el país, los autos eléctricos ya representan más de la mitad de las ventas de vehículos, mientras que los motores de gasolina sólo suponen el 10% y podrían desaparecer del parque automovilístico en cuatro años.
El caso noruego
Al mismo tiempo, la prosperidad del país sigue dependiendo en gran medida del petróleo y el gas enterrados frente a sus costas. Los hidrocarburos proporcionan la mitad de sus ingresos por exportación. Gracias a estas ganancias, el Estado ha podido subvencionar generosamente su transición.
El gobierno noruego no quiere abandonar los combustibles fósiles, en nombre de la defensa del empleo y en nombre de la seguridad energética. Jonas Gahr Store, el primer ministro laborista, ha salido en la prensa europea a explicar que el abandono del gas, por ejemplo, del que Noruega es el segundo proveedor europeo, provocaría crisis energéticas como la que estamos viviendo.
Una retirada repentina pondría en peligro la transición, afirma. Por lo tanto, su gobierno concederá nuevos permisos de perforación, si es necesario. El gobierno anterior también defendió con firmeza los intereses de la industria petrolera.
Noruega presionó para que la captura y el almacenamiento de carbono se promovieran en la conferencia sobre el clima de Glasgow, la COP26, como una solución viable al calentamiento global.
Un abismo entre las promesas y la realidad
Arabia Saudita es el mayor exportador mundial de crudo, y Australia, el mayor exportador mundial de carbón. En cuanto a Japón, depende en un 90% de los combustibles fósiles. Otra decena de países comparten discretamente esta línea favorable a los hidrocarburos, que promueven en los órganos de negociación.
Más del 80% de la energía que se consume en el mundo procede de los combustibles fósiles y esto genera más del 70% de los gases de efecto invernadero. Renunciar a esta energía es, por tanto, el camino más corto para reducir las emisiones, pero por el momento no es la prioridad de los responsables.
Hay un abismo entre las promesas hechas en nombre de la lucha contra el calentamiento global y la realidad, según la ONU. Un estudio de los 15 principales países productores muestra que para 2030 tienen previsto producir el doble de carbón, gas o petróleo que se necesita para limitar el calentamiento a 1,5ºC.
Apoyo de gobiernos y bancos
Los Estados siguen subvencionando esta industria masivamente: 300.000 millones de dólares a nivel del G20, los países más ricos del mundo. En cuanto a los bancos, están oficialmente a favor de la neutralidad carbono: 43 de los mayores bancos han adherido a la Net-Zero Banking Alliance que forma parte de la Glasgow Financial Alliance for Net Zero, presidida por Mark Carney, enviado especial de la ONU para el clima y uno de los organizadores de la COP26.
Pero esto aún no se refleja en sus actividades. Este año han prestado casi tanto dinero a la industria petrolera como a los proyectos de energías renovables. Aún falta para que esta industria pase a un segundo plano.