Familias de agricultores y lecheros -que fueron golpeados por la cuarentena- tienen dudas y piden información sobre las inmunizaciones. En los centros de salud, el personal se alista con refrigeradores antiguos.

Edwin Larico, autoridad indígena de los Ponchos Rojos de Achacachi -un pueblo de aymaras guerreros que se encuentra a dos horas de la ciudad de La Paz- no se hizo una prueba para detectar la Covid-19, pero está seguro de que venció la enfermedad. “Tenía los síntomas, pero no sé si era eso”, dice. Hoy, el hombre de 39 años deja de lado esa duda y está preocupado por un tema que inquieta en las últimas semanas a los comunarios: ¿es verdad que existe un antídoto para frenar la pandemia que causó estragos en la economía de las familias de Achacachi que viven de la producción de leche?

“Hay algunos hermanos que quieren la vacuna, otros no porque tienen miedo. Pedimos que nos digan cómo es, queremos más información”, dice Larico y asegura que los pobladores de Achacachi tienen muchas dudas. “Estamos confundidos, necesitamos cursos de capacitación”, comenta.
Y es que para muchos de los pobladores, el acceso a la vacuna contra la Covid-19 es una esperanza para salir adelante luego del perjuicio que dejó la cuarentena estricta, medida que se aplicó el año pasado para evitar contagios del coronavirus en la primera ola. “Somos un municipio lechero. La pandemia nos perjudicó bastante, por el encierro ya no había venta de leche”, explica la autoridad indígena que tiene el cargo de secretario de la central Agraria capital de Achacachi.

El municipio está compuesto por más de 60 comunidades, casi todas -más del 70%- se dedican a la producción de leche y llevan este alimento a las principales fábricas de las ciudades de La Paz y El Alto. Dan la materia prima para abastecer los desayunos escolares de más de 2.000 colegios. En los últimos meses, por la pandemia y la suspensión de clases, las ventas se anularon casi por completo y los pobladores se han visto obligados a convertir la leche en queso. “Vendemos en las ferias de los pueblos”, dice Juan Huanca, vecino y productor. Así describe el ir y venir de los pobladores que llevan los lácteos a los mercados.
La llegada de la vacuna al pueblo se ve como un acontecimiento muy lejano. Los vecinos de Achacachi ya perdieron la fe. “Nos faltan recursos humanos, nos faltan pruebas de Covid, nos faltan más médicos de diferentes especialidades, nos falta equipamiento”, sostiene Larico. “Tenemos un hospital de segundo nivel, pero no está como para esa categoría”, agrega.

Esnor Condori, exrepresentante de la Federación de Vecinos de Achacachi, dice que los pobladores viven en incertidumbre porque no reciben información sobre cómo acceder a la vacuna. “Los comunarios interactúan constantemente con las ciudades por la producción de leche y es una ruta fronteriza, es un paso muy usado para viajar a Perú. Hay una gran vulnerabilidad. Hace más de un mes hubo un incremento de muertos (por Covid), pero por el estigma social la gente oculta la causa del deceso”, asegura. Desde marzo del año pasado hasta la fecha -según datos de las autoridades de salud-, Achacachi registró 56, pero esta cifra sólo incluye a los que se hicieron pruebas.
En Palca, un municipio rural de La Paz, la pandemia sigue alterando el sueño de los agricultores, que viajan más de una hora y media para vender sus productos en los mercados de la zona Sur, Sopocachi y San Pedro de la ciudad sede de Gobierno. Pese al miedo por los contagios del coronavirus, Marta Flores se traslada tres veces a la semana a las urbes para vender choclo, papa, lechuga y durazno.

El miedo se sintió más fuerte hace unos meses; algunos pobladores fallecieron, muchos con sospechas del coronavirus. La falta de pruebas no permitió confirmar las sospechas. “Mi cuñado ha muerto con 28 años por Covid o tal vez por otra enfermedad, no sabemos si es así”, cuenta su hija, Marta Agne.
Un silencio infinito se apodera de la plaza principal de Palca. Desde las 17:00, las calles ya se empiezan a llenar de agricultores que llegan de la ciudad luego de vender sus productos y de los que bajan de los sembradíos que se encuentran en las afueras del pueblo. Casi muy pocos usan barbijos.

“Todo está bien ahora”, dice Norma Orozco, una de las pobladoras. Cuenta que ella y su hija vencieron el coronavirus. “Ya nos recuperamos”, agrega y explica que ahora por su trabajo desea acceder a la vacuna contra el virus. “Nosotros queremos, a mí me gustaría. Pero hay muchos vecinos de las comunidades que tienen miedo. Desconfían harto”, explica.
“Necesitamos información. Ojalá las autoridades no se olviden de nosotros”, dice Marta. Y es que muchos de los de los vecinos guardan el sabor amargo de la última espera de ayuda: en 2018, más de 60 casas se inundaron luego de una fuerte lluvia y por mucho tiempo las familias tardaron en levantarse y esperaron un largo tiempo la ayuda del Gobierno. “Cada vez que llueve tenemos miedo”, agrega Orozco.

Casi todos los días, los pobladores, la mayoría mujeres, llevan sus productos a los mercados de las urbes. En marzo cosechan choclos, duraznos y tomates. En abril es el tiempo de las cebollas y los repollos. Y así cada mes, los comunarios de Palca se encargan de surtir las despensas de las ciudades. “En la pandemia igual han ido”, dice Orozco.
Para las agricultoras, el hospital del pueblo está abandonado a su suerte sin equipos ni infraestructura. La unidad educativa del pueblo cobra vida gracias al entusiasmo de los niños y la iniciativa de los padres y maestros. Volvieron a las aulas por la falta de conexión de internet y equipos. “Desde el mes anterior, los niños y padres nos encargamos de fumigar en la puerta del colegio”, dice Marta Agne.
Pese a las carencias y el olvido de las autoridades, muchos pobladores no se desaniman. “Queremos que la vacuna llegue al pueblo. Otros dicen que es malo, pero nosotros queremos estar protegidos”, asegura Orozco.

Entre limitaciones y desafíos
Luego de desafiar a la muerte a causa de la Covid-19, el médico Reynaldo Sánchez volvió para dirigir el hospital de primer nivel de Palca, el más importante de los 14 centros de salud que se distribuyen en todo el municipio. Ahora asume un nuevo reto: organizar el plan de vacunación contra el coronavirus.
No será una tarea fácil. Cada centro de salud tiene personal limitado. 11 establecimientos están a cargo de médicos, un profesional para cada uno. Tres están bajo la supervisión de tres licenciadas en enfermería y uno está dirigido por una auxiliar en enfermería.
“Tenemos abastecida la cadena de frío. Nos dieron especificaciones técnicas y que son más dos y menos dos grados. Estamos en el rango”, dice el médico y detalla que cada centro de salud cuenta con un refrigerador que se usa para guardar vacunas contra otras enfermedades.
Pese a las limitaciones, Sánchez es optimista y alista con dedicación a un escuadrón de mandiles blancos para poner en marcha el plan de inmunización, pero todavía no se sabe cuándo llegarán las dosis para toda la población.
El principal hospital de Palca se encuentra a unos pasos del río. En febrero de 2018 se inundó por completo y poco a poco se volvió a reconstruir desde cero. Para atender la pandemia, los médicos -con ayuda de las autoridades locales- instalaron una sala de aislamiento con cuatro camas; además, en los meses pico se encargaron de distribuir kits de fármacos.
Además de luchar contra la Covid-19, los médicos deben pelear contra la desinformación y la desconfianza de los pobladores que se resisten a usar barbijos. “Falta conciencia. Tenemos pruebas rápidas y medicamentos, pero prefieren curarse con mates”, dice con un tono de resignación y asegura que ahora el reto será informar sobre la importancia de colocarse la vacuna contra el virus.
Antes de seguir, Sánchez da un suspiro y cuenta que ya recibió la vacuna. “Ya se puso la primera dosis a todo el personal de salud”, dice. Está emocionado y explica que él y su equipo se sienten más seguros porque en la primera ola casi todos los médicos y trabajadores de salud de Palca se contagiaron el virus. “Todos hemos caído”, recuerda.
Esta situación se repitió en casi todos los municipios del área rural. Según el representante del sector, Fernando Romero, los médicos de los centros de salud de las poblaciones alejadas fueron los más golpeados por los contagios y la falta de insumos de bioseguridad y equipos. El galeno considera que para la vacunación masiva las condiciones de los hospitales deben mejorar.
Para Esnor Condori, exrepresentante de la Federación de Vecinos de Achacachi, el hospital es una evidencia sobre cómo los centros de salud de las áreas rurales operan con insumos y equipos limitados. “Lleva el nombre de establecimiento de segundo nivel, pero en los hechos no cubre los requerimientos básicos de un centro de primer nivel. Por eso, todos los pacientes en estado grave son transferidos al Hospital del Norte de la ciudad de El Alto”, asegura.
En la primera y la segunda ola, el acceso a las pruebas para detectar Covid fue casi inalcanzable en Achacachi. “Vivimos en una incertidumbre sanitaria. Estamos abandonados en el tema de salud”, dice Condori.
No todo es tan malo. Con mucho esfuerzo, los médicos y las autoridades locales instalaron el año pasado un centro de aislamiento, uno de los más completos del área rural del departamento de La Paz. “Tiene uno de los centros de aislamiento más importante del departamento. Es uno de los más equipados. Achacachi ya está preparado para un rebrote. Es un establecimiento modelo”, explica el director del Sedes de La Paz, Ramiro Narváez.
Este centro de aislamiento tiene áreas para el triaje, para el manejo de pacientes leves, moderados y graves. Según el director municipal de Salud, Reynaldo Quispe, la Alcaldía invirtió 700 mil bolivianos en la refacción de las instalaciones de este establecimiento.
AstraZeneca y equipos básicos
Para Peggy Ibáñez, directora del Programa Ampliado de Inmunización del Sedes de La Paz, casi todos los hospitales de los municipios del área rural tienen una cadena de frío. “Esta vacuna, prácticamente, se puede conservar entre dos y ocho grados y todos los establecimientos de salud cuentan con esa cadena de frío. Por eso, estos establecimientos deben aprovechar con las dosis que cumplan con esa característica (Sinopharm) e inmunizar a la población que corresponde”, explica.
De acuerdo con esa lógica -según la autoridad-, las vacunas Sputnik V, que necesitan mayor refrigeración, no se podrán llevar a los municipios rurales. “Creo que hasta fin de mes nos llegará la AstraZeneca y ésa sí se podrá transportar entre dos y ocho grados y se la podrá llevar al área rural”, asegura.
La viceministra de Promoción, Vigilancia Epidemiológica y Medicina Tradicional, María Renee Castro, confirma este plan. “Llegaremos a las zonas rurales y alejadas con las vacunas que me puedan asegurar una temperatura entre menos dos a menos ocho grados, es decir, la (china) Sinopharm y AstraZeneca. En cambio, la Sputnik V se aplicará en el ámbito urbano porque necesita una temperatura inicial de menos 18 grados”, explica y agrega que el lote de Pfizer se quedará en las urbes porque este fármaco debe permanecer a 80 grados bajo cero.
¿Cómo se construye el plan de inmunización para las áreas rurales? Castro asegura que están en pleno proceso para definir y diseñar la logística. “Tenemos diferentes consideraciones. No sólo por la cadena de frío, sino por la población. En el área rural trabajamos con los Sedes para que se apliquen las dosis en las cabeceras de municipio o de red cuando hablamos del personal médico”, dice.
Freddy Baltazar, coordinador del área rural del Sedes de La Paz, reitera que el departamento tiene una distribución de la cadena de frío en las 87 cabeceras de municipios; Palca y Achacachi se encuentran en la lista. Para la autoridad, la principal preocupación es cómo se aplicará la vacuna en las comunidades más alejadas. “En algunos lugares hay que entrar a pie, se debe caminar hasta tres días para ingresar”, dice y explica que en estos casos la población tendrá que salir para recibir las dosis en los centros de salud de los pueblos más cercanos.
El registro virtual para acceder a la vacuna -que ya se aplica en las ciudades- será complicado en el área rural por la precaria conectividad de internet. “Se hará de forma física”, dice Baltazar y explica que con respecto a equipamiento, los termos para guardar las dosis son lo que más hace falta. En el caso del personal, la autoridad explica que todos los profesionales de salud de los centros rurales, entre médicos y enfermeras, están capacitados para manipular vacunas, todos participarán en el proceso.
El éxito de la vacunación tal vez dependa de la gestión de cada municipio. Algunas alcaldías ya hicieron la adquisición de refrigeradores, otras están por comprar los equipos, asegura Ibáñez y cuenta que en su oficina recibió hace unos días a una representante del alcalde de Tipuani -un municipio del área rural de La Paz- para saber qué tipo de congeladoras deben comprar para conservar las vacunas contra la Covid-19.
Pero no todo es tan fácil. Muchos de los municipios rurales no cuentan con recursos para comprar congeladoras de alta gama que llegan a costar por unidad más de 170 mil dólares y muchos optan por adquirir los refrigeradores domésticos. “Las alcaldías me informaron que no tienen esa cantidad de presupuesto. Algunas poblaciones tienen entre cinco y 20 establecimientos de salud, por ende no podrían comprar”, asegura Ibáñez.
En Achacachi, las autoridades locales están preocupadas por los requerimientos técnicos del plan de inmunización. El asambleísta Javier Bautista dice que como primera tarea gestionan las vacunas para el personal de salud, y como segunda misión averiguar qué necesitan en equipos y recursos humanos para garantizar la vacunación de los comunarios.
“Incluso el municipio tenía el plan de comprar las dosis”, dice y relata que comenzaron las gestiones ni bien se enteraron que el Gobierno compró lotes de vacunas. Asegura que una de las lecciones de la premura es que aprendieron la lección que dejó la primera ola de la pandemia: hacer todos los esfuerzos para conseguir insumos para luchar contra el virus que sólo llevó luto a su tierra. “No había pruebas para el diagnóstico de pacientes Covid”, recuerda con amargura. “No queremos que algo así se repita con la vacuna”, asegura.
(*) Este reportaje es publicado gracias a una beca otorgada por la Fundación Thomson Reuters.